lunes, 18 de mayo de 2009

Cuento No. 21: “TENTACIÓN QUE NECESITA UN FRENO”.
















Cuento No. 21: “TENTACIÓN QUE NECESITA UN FRENO”.

Viene del Cuento No. 20: “Doble Zar”.
http://novelatentacioncoloresmeralda.blogspot.com/2009/05/cuento-no-20-doble-zar.html

Por las tierras del dominio de Don Nicanor De la Vega no todo estaba controlado cuando él reinaba. Quizás al enviudar todavía siendo un hombre muy joven, descuidó a las esmeraldas más preciadas que él tenía: Sus dos hijas, pero en especial descuidó a la mayor: a Nidia. Nidia se crió con todas las comodidades propias de una muchacha de la alta sociedad, ya que por su sangre corrían los apellidos “De la Vega” y el “Altamira”. Sin una madre, una abuela materna extremadamente materialista y un padre sumido en el dolor y la dureza, Nidia no tuvo la mejor guía que su carácter caprichoso y voluntarioso necesitaba. Ya convertida en toda una señorita y tras un viaje a Europa como regalo de graduación de escuela preparatoria, Nidia estaba lista para asumir su vida y las puertas las tenía abiertas de par en par, ella sólo tenía que escoger qué camino deseaba tomar. Sus pasos no se condujeron a otra parte que a los brazos del joven minero Fabriciano Rosales, cayendo ella en una trampa de seducción que luego sabría convertir, gracias a su carácter lleno de voluntariedad y egoísmo, en una cárcel para su vida y la de Fabriciano. Bien sabido fue que un embarazo fuera del matrimonio fue la única razón por la que la heredera de Nicanor contrajo nupcias con el simple minero Fabriciano Rosales. Los años pasaron y así como para Fabriciano Rosales la vida cambió y el dinero llegó, para él y para Nidia llegaron otras cosas como la infelicidad, el vacío y el profundo repudio de Fabriciano hacia ella y la obsesión de ella por un hombre que había perdido hace muchos años atrás.
Hoy día, Nidia de Rosales De la Vega no era otra cosa más que una mujer adinerada, sumida en múltiples compromisos sociales y refugiada en las apariencias de una familia que difícilmente seguía todavía jugando el papel de la unidad. Divisiones entre sus hijos, múltiples amantes de Fabriciano que soportar, una matrimonio muerto en la realidad y peligrosamente vulnerable a terminar en cualquier momento, una total desconexión de la empresa de esmeraldas que heredó de su padre, una triste continuación de lo que un día fue el legado de los Altamira y un pasado que ocultar; era el diario vivir de Nidia, en eso ella se había convertido. Para Nidia, la vida había dejado de tener hace muchos años un sentido digno, por el contrario, todo lo había hecho girar en torno a sostener su matrimonio con Fabriciano, sin que lo que era evidente para todos, la terminara convenciendo de que mejor era retirarse con la frente en alto, antes de seguir haciendo el ridículo. Vicky Peralta, la amante oficial de Fabriciano, era la mayor muestra de que Nidia hace tiempo había salido del interés de su marido y a la vez anunciaba las intenciones del viejo ex minero de empezar una vida nueva, junto a su amante y sus aspiraciones políticas. Nidia se quedaría sola y vacía, al igual que estaba su alma. La única testigo de su desdicha era su suegra, la madre de Fabriciano, la curiosa y simpática “Doña Dulce”, mejor conocida antes cuando era una mujer pobre en la tierra de las esmeraldas como “Doña Dulcidia Rosales”. Doña Dulce alardeaba todavía de la agitada y activa vida amorosa que un día tuvo y con mucha frecuencia, el pasado se convertía en el tema del cual conversaba con la mayor complicación posible, nadie le entendía con claridad, pero sus peculiares palabras tenían un mensaje para la dormida conciencia de Nidia, tras tantas tentaciones a las cuales cedió.
Nidia creía haber dejado el pasado atrás, cubierto con una imagen de dama distinguida, pero el comportamiento de su hija menor Liliana, era el vivo recordatorio de la rebeldía y descalabro de sus anteriores pasos. Liliana era físicamente muy parecida a su madre cuando ésta estaba joven, pero con el cambio de rasgos más anglosajones, dado que su abuelo paterno era un gringo que embarazó a su abuela Doña Dulce. Pero en Liliana, otras cosas similares a Nidia se habían duplicado. La joven era extremadamente rebelde, desorientada, violenta, prepotente y con un destino incierto. Todavía no había terminado una carrera o desempeñado cargo alguno en la empresa familiar; es que de esmeraldas Liliana no sabía nada. Ella no estaba sola en sus andanzas, tenía a su hermano gemelo Federico, que compartía con ella el gasto excesivo, la desorientación y vagabundería que ya tenían completamente harto a Fabriciano y de la cual Nidia no se encargaba en calidad de madre. Cómo hacerlo, si ellos dos, Liliana y Federico, pero sobre todo Liliana, era el ejemplo de una naturaleza sacudida por una tentación personal que había que ponerle un freno. Nidia no podía verlo, ni entenderlo, pero Simona había aprendido de su madre: Doña Pedra, la antigua ama de llaves, la necesidad de la mayor piedra preciosa posible: La sabiduría. Simona observaba todo lo que sucedía en esa familia, en espera de más consecuencias o de detenerlas.

Continúa en el próximo cuento.

Melissa G.

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