miércoles, 13 de mayo de 2009

Cuento No. 20: “DOBLE ZAR”.






















Cuento No. 20: “DOBLE ZAR”.

Viene del Cuento No. 19: My Name is Carmelo Rosales.
http://novelatentacioncoloresmeralda.blogspot.com/2009/05/cuento-no-19-my-name-is-carmelo-rosales.html


El tío Carmelo tenía razón en sus palabras. César era la viva estampa de su abuelo Don Nicanor de la Vega. Quince años habían pasado desde su partida y ahora más que nunca, su recuerdo estaba presente en su nieto mayor. César era el llamado a ocupar la posición de dueño de la empresa Gemas Generación Rosales, S.A. y la administración del yacimiento de esmeraldas más importante de Colombia: La mina La Próspera. Tras la partida de Don Nicanor De la Vega, el mando en la familia en el negocio de esmeraldas lo había tomado Don Fabriciano Rosales, el padre de César, quien un día fue también la persona menos grata de Don Nicanor, dado las circunstancias como él entró en la familia De la Vega Altamira. Para los conocedores de esa historia del pasado, los mejores tiempos estaban regresando a G.G.R., S.A. al ver a César convertido en todo un hombre hecho y derecho. Para los más allegados a Nicanor De la Vega, habían sido tiempos difíciles e incómodos. Fabriciano, el ex minero como muchos lo llamaban, había asumido la presidencia de la empresa, quedando atrás el estilo de Nicanor: Más formal, reflexivo y elegante. En medio de esa transición, César se había levantado entre el recuerdo de su abuelo y la influencia de su padre, pero más allá de sus rasgos norteamericanos, dado que su abuelo paterno era un “gringo” de origen desconocido, la semejanza en porte y figura con Nicanor, producía fascinación, como también asombro.
El regreso de Nicanor, como muchos habían titulado al empuje que cada día más tenía César en la industria de las esmeraldas, se había combinado, equivocadamente para otros tantos, con la próxima boda del futuro heredero con la también heredera de la familia más influyente y poderosa de la nación: Los De las Casas. Merceditas De las Casas y César eran la pareja del momento y para una parte de la sociedad, ya se había hablado demasiado sobre ellos. El tema más importante para los conocedores del difícil mundo de las esmeraldas era el cambio de mando de Fabriciano a César. El tiempo había alimentado la ambición del viejo ex minero Rosales, despertándole los deseos por el poder político, él ya había hecho y desecho en G.G.R.,S.A. Era el turno de César y él a sus cuarenta años, era el despertar de Nicanor De la Vega, sólo había que observar al nieto, para recordar al abuelo.
Si César optaba por una pose pensativa, cerrando sus ojos verdes, era retroceder décadas en el tiempo y trasladarse al estudio de la hacienda La Casona, desde donde Nicanor principalmente se reunía con sus socios para discutir el futuro de la mina La Próspera. Hoy día, en el estudio de esa hacienda, había una pintura retrato de Nicanor De la Vega y era ahora César el que con frecuencia, durante una visita técnica al yacimiento en calidad de ingeniero en minas, entraba a esa habitación y se sentaba en el escritorio, para reflexionar sobre lo que su amigo Arístides Kosmas le decía, a veces en broma, a veces en serio: -César, hermano, el apodo que le han dado de “zar legal de las esmeraldas” no es por gusto, algún día, tendrán que coronarlo y en ese momento, va a empezar su verdadera historia.
También, si César reflejaba determinación y hasta veces furia en sus ojos verdes, no importaba la diferencia de tono entre sus ojos y los de su abuelo: El mismo brillo e intensidad que tenía Nicanor se reflejaba en su mirada y la misma sensación de temor e intimidación sentían todos aquellos que deseaban desafiarlos. El ímpetu de Nicanor era bien conocido y sin duda, el elemento que más caracterizaba su fuerte y hasta veces su peculiar personalidad, era aquel fuete para arriar caballos que llevaba siempre consigo y que hasta nombre le había puesto: Dignidad. Ver caminar a Nicanor por su hacienda y sus tierras en la zona esmeraldífera colombiana, era algo común y frecuente, por más extraño que pudiera ser ver a aquel hombre de buen porte, elegante figura y determinante expresión andar con fuete en mano en plenos pasillos y jardines de la hermosa casa en medio de las montañas de esmeraldas. Años después, César no llevaba en sus manos al fuete llamado “Dignidad”, pero él conocía y recordaba muy bien aquellas escenas de su abuelo y su fuete o látigo para arriar caballos. Eso sí, para la ama de llaves de la hacienda: Doña Simona, el caminar de César por la hacienda era idéntico al caminar de Don Nicanor. Simona, quien conoció desde muy pequeña a Nicanor y quien vio crecer a César desde que nació, siempre ha hablado que escuchar los pasos de César por la hacienda, podía ser sumamente impactante. Si a veces él se levantaba de noche porque no podía dormir, como a veces le pasaba, y se ponía a caminar por la terraza de La Casona, sus pasos llevaban el mismo andar de Don Nicanor. La situación podía ser aún más impresionante si en medio de la noche, se divisaba a lo lejos la figura de César por los predios de la hacienda; cualquiera que hubiera conocido a Nicanor De la Vega, creería que él estaba de vuelta. De cierta manera así era, César era lo que un día fue Nicanor, pero añadiéndole otras cualidades que hacían más interesante el futuro de una industria, de una familia y hasta de una mujer; la clave era encontrarla, como se encuentra a una hermosa esmeralda escondida en las entrañas de la tierra.
Nicanor reinó un día, César estaba por hacerlo, era una situación de dos reyes en tiempos distintos, pero la esperanza, era la meta más importante por la que valía la pena pelear por el título de “zar legal de las esmeraldas”. Esta historia continúa en el próximo cuento y cuando usted la vea en la pantalla que usted elija para hacerlo, un mismo hombre será el “doble zar”.

Continúa en el próximo cuento.

Melissa G.

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